Una tarde oí en un chigre de Luanco
una triste y vieja historia contar,
que entre sidras, vinos y barajas,
relataban las paisanas del lugar.
Trata de un buen mozo y su desventura,
de su azul amor por el intenso mar
y de cómo en aguas del Cabo Peñas
sardina y bonito salía a pescar.
Pero un día, alegre y de romería
su breve existencia le vino a cambiar
cuando de una joven, la bella Carmen,
el cruel destino le hizo enamorar.
Pobre soy, casi nada y poco tengo.
Pero si tú quieres me has de esperar,
a otras tierras partiré, trabajando
paciente, con fortuna he de regresar.
Amor mío, solitaria me dejas
con mis lágrimas, mi mar y mi penar.
Mi corazón guardará la esperanza
de tu vuelta para podernos casar.
De Candás partió entonces en un barco
para a tierras lejanas poder llegar.
En su mente ella, lo que se deja atrás,
cielos más limpios, sueños de prosperar.
Sin embargo frente al barco apareció
una galerna que le hizo zozobrar.
De todos es sabido que de la mar
y su furia nadie consigue escapar.
Lloró la joven muchos años lloró
hasta de espuma su cabello blanquear.
Y dicen que si en Peñas el viento oyes
es ella suspirando: vuelve al hogar.
Paisajes de Asturias
Camín Real de la mesa
Otras vacaciones sabatinas que esperamos como yonquis alpinísticos, zombis madrugadores con vocación montañera que despiertan, no en la fría cama o al mojar los labios en el café amargo tevergano, sino curva tras curva, cerrada la vía en procesión hacia San Lorenzo. Esa esfera amarilla y caliente que nos ciega con sus rayos oblicuos, furiosos, muy invernales hoy. Luz decadente que impregna de largas sombras la mesa a la que nos subimos de un salto, sombras de aspecto amenazante. Somos zombis a la sombra, untados de crema solar.
Pasos oblicuos y perezosos: los guías nos sentimos fallidos pastores apacentando a la imberbe turba por senderos gélidos, caminos más dormidos aún que los que los pisan, paso a paso, pisotón a pisotón, ¿acabarán despertando? Los tuétanos con sangre nos impregnan al pasar, frutos silvestres en plena madurez. Urgentes turgencias al tibio tacto, carrascos que se retuercen con la plenitud orgiástica de su pesada simiente carmesí -lista para manchar el suelo-. Ciclo vital que se repite. El eterno alfa y omega. En un arranque de furia famélica nos los querríamos comer, roja la boca y rojizo el estómago, puro veneno.
Huevas de renacuajo, el excelente caviar asturiano de las charcas, de las fétidas turberas, en las que no consigue entrar la extraña y bella luz que gozamos hoy. No hay sombra aquí, casi nada se vislumbra salvo las huevas. Gónadas asexuadas de las que saldrán futuros caminantes con ropajes de colores chillones, casi histriónicos: amarillos fosforitos, azules eléctricos, morados imposibles. Ataviados con sus cortavientos, botas y jerséis de lana, comprados en el rastro, en Amazon o de Decathlon.
No nos cruzamos con nadie, ni con los aldeanos-cabra que se aferran a las laderas poco soleadas de sus brañas, ni siquiera con las vacas-garrapata que se agarran a las briznas de hierba reseca por la nieve, el frío y un calor repentino, voraz, bochorno proveniente del orujo de la tierra, savia telúrica de la que se alimentan.
Nos dejamos caer sobre la hierba, exhaustos amantes tras la bella muerte, cansancio que bombea por nuestros poros que exudan un ocre y viscoso producto con olor a estiércol y vino. Somos uno con lo que pisamos. Más espantapájaros que seres animados, con avidez devoramos pan, bocadillos y chocolate.
Es este cordal que sobresale sobre nuestras cabezas el maxilar dislocado de un gigante durmiente. Molares del juicio, premolares y colmillos despuntando al cénit, rasgando y triturando en níveos algodones la techumbre celeste que nos cobija, rompiendo su monotonía con afiladas cresterías. Intentamos atravesarlo de puntillas a cuchillo entre TéVerga y VelloMonte, con mucho equilibrio -precario-, para no despertar a la bestia, sus fauces podrían tragarse a alguien. Luego cómo explicar a una embajada que la montaña viviente se comió al renacuajo-zombi que visitaba Asturias. Tendrán que enviarnos más, por si queda con hambre el insaciable golem de Yernes y Tameza. Piedras lunares.
Dolía, pero... ¿ya no duele? Creo que no ¿Dolerá otra vez? Es posible, quién lo sabe. Llego al final con demasiada insolación en mi nuca, excesivas divagaciones barrocas, mi pensamiento casi delira. Todos a bordo, nos esperan maniobras imposibles, pero a puerto sanos y salvos.
¿Quién no se siente ferozmente vivo en un día como hoy? Naturaleza, belleza y paisajes interiores. Nuestro tótem.
Pasos oblicuos y perezosos: los guías nos sentimos fallidos pastores apacentando a la imberbe turba por senderos gélidos, caminos más dormidos aún que los que los pisan, paso a paso, pisotón a pisotón, ¿acabarán despertando? Los tuétanos con sangre nos impregnan al pasar, frutos silvestres en plena madurez. Urgentes turgencias al tibio tacto, carrascos que se retuercen con la plenitud orgiástica de su pesada simiente carmesí -lista para manchar el suelo-. Ciclo vital que se repite. El eterno alfa y omega. En un arranque de furia famélica nos los querríamos comer, roja la boca y rojizo el estómago, puro veneno.
Huevas de renacuajo, el excelente caviar asturiano de las charcas, de las fétidas turberas, en las que no consigue entrar la extraña y bella luz que gozamos hoy. No hay sombra aquí, casi nada se vislumbra salvo las huevas. Gónadas asexuadas de las que saldrán futuros caminantes con ropajes de colores chillones, casi histriónicos: amarillos fosforitos, azules eléctricos, morados imposibles. Ataviados con sus cortavientos, botas y jerséis de lana, comprados en el rastro, en Amazon o de Decathlon.
No nos cruzamos con nadie, ni con los aldeanos-cabra que se aferran a las laderas poco soleadas de sus brañas, ni siquiera con las vacas-garrapata que se agarran a las briznas de hierba reseca por la nieve, el frío y un calor repentino, voraz, bochorno proveniente del orujo de la tierra, savia telúrica de la que se alimentan.
Nos dejamos caer sobre la hierba, exhaustos amantes tras la bella muerte, cansancio que bombea por nuestros poros que exudan un ocre y viscoso producto con olor a estiércol y vino. Somos uno con lo que pisamos. Más espantapájaros que seres animados, con avidez devoramos pan, bocadillos y chocolate.
Es este cordal que sobresale sobre nuestras cabezas el maxilar dislocado de un gigante durmiente. Molares del juicio, premolares y colmillos despuntando al cénit, rasgando y triturando en níveos algodones la techumbre celeste que nos cobija, rompiendo su monotonía con afiladas cresterías. Intentamos atravesarlo de puntillas a cuchillo entre TéVerga y VelloMonte, con mucho equilibrio -precario-, para no despertar a la bestia, sus fauces podrían tragarse a alguien. Luego cómo explicar a una embajada que la montaña viviente se comió al renacuajo-zombi que visitaba Asturias. Tendrán que enviarnos más, por si queda con hambre el insaciable golem de Yernes y Tameza. Piedras lunares.
Dolía, pero... ¿ya no duele? Creo que no ¿Dolerá otra vez? Es posible, quién lo sabe. Llego al final con demasiada insolación en mi nuca, excesivas divagaciones barrocas, mi pensamiento casi delira. Todos a bordo, nos esperan maniobras imposibles, pero a puerto sanos y salvos.
¿Quién no se siente ferozmente vivo en un día como hoy? Naturaleza, belleza y paisajes interiores. Nuestro tótem.
Copillas del Pierzu
Aunque confundirme puedas
montañero y buen amigo,
no me llames picu Pienzu:
el Pierzu soy, sé testigo.
Con erre me bautizaron
pastores y caminantes.
En el nombre muy cercanos,
en el mapa muy distantes.
Por la cruz del otro verás
Colunga, la Isla y nuestro mar.
Nunca lo contemplaré yo
anclado aquí a este lugar.
Que no soy muy de presumir,
mas te hablo con franqueza:
de comparar no gusto pero
luzco una muy gran belleza.
Dejando Cangas y su puente,
el río Sella has de cruzar.
Lejos, entre grandes rocas,
me hallarás en Ponga: mi hogar.
Tiatordos y Peña Ten.
Peloño, Beleño y Sellaño.
Los Picos y Peña Santa.
Es mi vista año tras año.
El escenario más hermoso
del que no me puedo mover.
Dichoso tú, que sí puedes
otros parajes perdidos ver.
Ni ya joven ni muy viejo,
visto canas en invierno.
En mayo con su luz me siento
alegre, vivo, moderno.
Vente, vente, aproxímate
si curiosidad tú tienes.
Pero... ¿Y ese griterío?
Eras uno, ¿Y en grupo vienes?
¡Ah! Ya sé quiénes sois.
Charlar tranquilo quería
y a traer este alboroto,
la Universidad os envía.
Bienvenidos pues y sabed
que aunque amigos os considere,
mi paz robáis, me retraigo
y la niebla se me adhiere.
Subid desde la Llomena,
alta collada y las pisadas,
divisad los lagos, subid
hasta mis verdes majadas.
Ahora un respiro, un trago,
y a rodear el piornal.
Al pasar la arista a mi cumbre
sentid el sol primaveral.
Comed aquí montañeros,
así aliviáis mi soledad.
Al resguardo de los vientos,
¡Mi pena y nostalgia ahogad!
¿Ya bajáis? ¿Tan pronto? ¡Adiós!
Disfrutad mientras aún podáis
de estas tardes de juventud
mientras el momento esquiváis.
Triste quedo aquí y solo,
solo en mis tiempos tardíos.
Y espero veros de nuevo
otro mayo, amigos míos.
montañero y buen amigo,
no me llames picu Pienzu:
el Pierzu soy, sé testigo.
Con erre me bautizaron
pastores y caminantes.
En el nombre muy cercanos,
en el mapa muy distantes.
Por la cruz del otro verás
Colunga, la Isla y nuestro mar.
Nunca lo contemplaré yo
anclado aquí a este lugar.
Que no soy muy de presumir,
mas te hablo con franqueza:
de comparar no gusto pero
luzco una muy gran belleza.
Dejando Cangas y su puente,
el río Sella has de cruzar.
Lejos, entre grandes rocas,
me hallarás en Ponga: mi hogar.
Tiatordos y Peña Ten.
Peloño, Beleño y Sellaño.
Los Picos y Peña Santa.
Es mi vista año tras año.
El escenario más hermoso
del que no me puedo mover.
Dichoso tú, que sí puedes
otros parajes perdidos ver.
Ni ya joven ni muy viejo,
visto canas en invierno.
En mayo con su luz me siento
alegre, vivo, moderno.
Vente, vente, aproxímate
si curiosidad tú tienes.
Pero... ¿Y ese griterío?
Eras uno, ¿Y en grupo vienes?
¡Ah! Ya sé quiénes sois.
Charlar tranquilo quería
y a traer este alboroto,
la Universidad os envía.
Bienvenidos pues y sabed
que aunque amigos os considere,
mi paz robáis, me retraigo
y la niebla se me adhiere.
Subid desde la Llomena,
alta collada y las pisadas,
divisad los lagos, subid
hasta mis verdes majadas.
Ahora un respiro, un trago,
y a rodear el piornal.
Al pasar la arista a mi cumbre
sentid el sol primaveral.
Comed aquí montañeros,
así aliviáis mi soledad.
Al resguardo de los vientos,
¡Mi pena y nostalgia ahogad!
¿Ya bajáis? ¿Tan pronto? ¡Adiós!
Disfrutad mientras aún podáis
de estas tardes de juventud
mientras el momento esquiváis.
Triste quedo aquí y solo,
solo en mis tiempos tardíos.
Y espero veros de nuevo
otro mayo, amigos míos.
Somiedo
Ábreme las puertas Somiedo
de tus teitos y tus brañas.
Que quiero volar libre,
vagabundo en tus entrañas.
Déjame el silencio blanco
y las cumbres solitarias.
Empújame aún más lejos
pero siempre en tus montañas.
de tus teitos y tus brañas.
Que quiero volar libre,
vagabundo en tus entrañas.
Déjame el silencio blanco
y las cumbres solitarias.
Empújame aún más lejos
pero siempre en tus montañas.
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